En la Laja de la Sapoara, hoy sepultada al pie del antiguo Cine Río, era
realmente abundante en agosto el cardumen de Sapoaras imantadas por corrientes
encontradas y tradicionalmente ahí se establecían desde la madrugada numerosos
tarrayadores. Por ser la enorme laja
empinada y resbaladiza el pescador tomaba sus precauciones, tenía conciencia
plena de lo que significaba disparar como
capote el esparavel. Había que
tener uñas de acero en los pies y afincarlas poderosamente sobre la piedra
inmensa. Allí, Gallegos, en su novela
Canaima, puso en peligro la vida de Marcos Vargas mientras el poeta Héctor
Guillermo Villalobos lamentaba: “¡Ay,
mi madre! en el traspiés / Y nada más…El río brama / ¡Qué muerte resbaladiza!
/Qué traicionera puntada! / Y así se
lleva a los hombres / la Laja
de la Zapoara ” (AF)
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