A
Tomás Rivilla, entrañable amigo de Soto, siempre lo persiguió la pólvora. Se vino de El Callao por temor a las
explosiones de la dinamita utilizada para explotar las vetas aurífera, pero en
Ciudad Bolívar la pólvora tampoco lo dejó en paz, pues en diciembre de 1966 sufrió serias quemaduras con cohetes que estallaron
en su casa de comercio, ubicada
frente a la Catedral y en
1969, igualmente, la pirotecnia volvió a castigarlo severamente al estallar un saco con fuegos artificiales dentro de una camioneta que
participaba en caravana de la Feria Agropecuaria.(AF)
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